sábado, 7 de agosto de 2010

Manuel Mejía Vallejo

Escritor antioqueño (Jericó, abril 23 de 1923). Manuel Mejía Vallejo representa la vertiente andina de la narrativa colombiana contemporánea, caracterizada por un mundo de símbolos que van perdiéndose en el recuerdo de la montaña. Rodeado de cordilleras, de las que nacen personajes y situaciones, Mejía Vallejo ideó el pueblo de Balandú, y confiesa que escribe porque entiende mejor los fenómenos al irlos describiendo.

Realizó estudios de Pintura y escultura en la Escuela de Bellas artes de Medellín que no concluyó, y ejerció como periodista varios años en el exilio. Colaboró en el periódico El Sol y fue cofundador del grupo La Tertulia. Fue profesor de Literatura en la Universidad Nacional de Colombia y director de la Imprenta Departamental de Antioquia. Obtuvo el Premio Rómulo Gallegos en 1989 y el Premio Nadal en 1963.


Algunas de sus obras:

  • Los invocados
  • Los abuelos de la cara blanca
  • La casa de las dos palmas
  • La sombra de tu paso
  • Y el mundo sigue andando
  • Tarde de verano
  • Las muertes ajenas
Hermano Lobo

Un día el lobo se dio cuenta de que los hombres lo creían malo.

- Es horrible lo que piensan y escriben – exclamó.

- No todos – dijo un ermitaño desde la entrada de su cueva, y repitió las palabras que inspiró San Francisco. El lobo estuvo triste un momento, quiso comprender.

- ¿Dónde está ese santo?

- En el cielo.

- ¿En el cielo hay lobos?

El ermitaño no pudo contestar.

- ¿Y tú que haces? – preguntó el lobo intrigado por la figura escuálida, los ojos ardidos, los andrajos del ermitaño en su duro aislamiento. El ermitaño explicó todo lo que el lobo deseaba.

- Y cuando mueras ¿irás al cielo?- preguntó el lobo conmovido, alegre de ir entendiendo el bien y el mal.

- Hago lo que puedo por merecer el cielo – dijo apaciblemente el ermitaño.

- Si fueras mártir, ¿irías al cielo?

- En el cielo están todos los mártires.

El lobo se le quedó mirando, húmedos los ojos, casi humanos. Recordó entonces sus mandíbulas, sus garras, sus colmillos poderosos, y de unos saltos devoró al ermitaño. Al terminar se tendió en la entrada de la cueva, miró al cielo limpiamente y se sintió bueno por primera vez.

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